La música y una rueda
Llevo una semana rara. Bueno, quizá rara no sería la palabra. Acelerada, tal vez. O incluso tampoco. El caso es que hasta hoy viernes, siempre pensaba que estaba un día adelantado del día en el que vivíamos. Es decir, el martes pensaba que era miércoles, el miércoles pensaba que era jueves y así. Y hoy es viernes y se me ha acabado este jetlag, por ponerle un nombre, semanal. Espero que mañana no crea que sea domingo y, yo que sé, vaya a misa de once. No por ir a misa, que eso no hace daño. Por salir del despiste, más que nada. Las razones, las desconozco. Y me da pereza buscar alguna evidencia científica. Tampoco me va a arreglar nada. Únicamente ha servido para poderlo contar aquí. Y pensar que no soy el único con estas cosas.
Pensaba en eso, en el día que era, mientras paseaba por la calle. Un amigo mío, poeta y eminencia en esto de las letras, Ramón Guillem, suele salir a pasear para despejar su cabeza de letras, rimas y recursos literarios. Vamos, sale de casa para liberarse de escribir y, al mismo tiempo, volver a llenar el vaso de la imaginación, de la inventiva. Durante mi paseo, por el barrio viejo de mi pueblo vi a un niño. No recuerdo si era horario escolar o ya estaba liberado de la pizarra y los deberes. Y andaba el muchacho jugando con una rueda. Con la goma de lo que en algún tiempo era una rueda completa. El chico cogió la goma que estaba al lado del contenedor y se puso a lanzarla al aire. La rueda, su nuevo juguete, era manteada como un entrenador campeón por parte de sus jugadores. Los juegos del pasado, baratos e imaginativos. No sé que habrá sido de la rueda y el niño. Supongo que cada uno habrá hecho su camino. O quizá el niño la haya escondido en algún lugar secreto para, en otro momento, seguir jugando a lanzarla al aire y recogerla.
La simpleza de las cosas. No es una lección de mindfudness, de atención plena. Cierto es que en ese momento al niño le importaba poco si la rueda estaba sucia o si en breve podía llover. Y, a veces, necesitamos ruedas de juguete. Para centrarnos en el juego. Para no pensar porqué no tenemos el neumático entero. Y si las ruedas no están, nos amparamos en las canciones. Un refugio cuando todo se derrumba. Una zona segura y que sabes que no te van a fallar. Te van a dar calor. Sí, también están los amigos, como no. O las terapias. Sin desmerecer las otras opciones, las canciones siempre estarán ahí y no van a tener hastío de volver al punto de partida, de volver a escuchar la misma historia. Letras que escribieron otros y que son para ti en algún momento determinado de tu vida. Este, por ejemplo. O el de pasado mañana. O el del mes que viene. Bastante cinematográfico es este momento adolescente. En la habitación, escuchando baladas, casi siempre son baladas, y las lágrimas rodando por un desengaño, sea de la índole que sea. Marwan escribió que conviene saber que nada escuece más que un disco de Sabina y a la vez solo esas canciones te pueden curar. Sirve el de Úbeda, sirve el de Extremadura, Robe y sirve incluso Alejandro Sanz o Pastora Soler. Es cuestión de gustos, es cuestión de momentos. Quizá Xavi Hernández, entrenador y Pedro Sánchez, presidente, hayan escuchado canciones para recuperar el camino que han decidido tomar o van a tomar. Sería bonito, de alguna manera, que la pausa o la reflexión hubiese venido por alguna canción.
A mí me funciona. Eso y la pelota. Aunque en esto último tengo más las de perder. Y más con lo que viene el lunes. El Valencia CF juega contra los de Xavi, precisamente. Ojalá hayan bailado y cantado mucho y estén más pendientes ya de las vacaciones que de otra cosa. Así las canciones del lunes y del resto de la semana tendrán menos trabajo.